domingo, 6 de julio de 2008

Carta del Viaje de Agosto de 2006

Como algunos sabrán, estoy recién llegadita del Chaco. Fue uno de mis tantos viajes con Sipohi, creo que ya hace más de 10 años que viajo y otros tantos que venimos con la Nati y el Negro ( y demás integrantes rotativos) remándola para seguir ayudando a estas comunidades wichi del Impenetrable. Muchas veces les hinché las bolas para pedirles algo, una rifa, que me acompañen a la feria, etc, y esta vez se me ocurrió simplemente compartir con ustedes y contarles un poco de este viaje. Puede haber pasado que me haya tocado más que otros viajes, puede ser que esa coraza que uno se pone al entrar al monte se me haya caído cuando un hormiguero de niñitos y madres se me abalanzó al verme con una bolsa de juguetes que pensaba “repartir”, y que terminó siendo el trofeo de guerra de una mamá que con un bebé en brazos me la arrancó de las manos, cuando creo que ya estaba vacía. Eso fue cuando ya estábamos a punto de irnos, me metí adentro y de golpe se me vinieron a la cabeza la lista de todas las cosas que me habían llegado a los oídos y entrado por los ojos en ese corto día que llevaba en el Impenetrable. Por los oídos me entraron experiencias de vida de personas que eligieron vivir su vida para ayudar a los demás. “Chiquito”, un auxiliar de enfermería del paraje Nueva Población, que tímidamente nos pidió una bicicleta porque los médicos visitan los ranchos a pata, y no saben lo que son las distancias en el monte! Gracias a él aprendí que se puede detectar un niño desnutrido tocándole la frente, y me lo demostró con una gordita con segundo grado de desnutrición. En cada población hay un auxiliar enfermero como Chiquito, algunos son aborígenes y otros criollos, pero más bien son chamanes porque tienen que hacer magia para atender tanta gente con tantas enfermedades y con tan pocos recursos. Marisa, una ingeniera agrónoma que acompañada únicamente con su enorme fortaleza se fue a vivir a Misión Nueva Pompeya con el único objetivo de apoyar a los aborígenes. No saben las cosas que ha hecho, unos proyectos buenísimos pensados para y con las comunidades, lo que obviamente hizo que en el pueblo tenga vedada la entrada a más de un lugar. Porque en Pompeya está el municipio, hay políticos y demás personas que, quizás tan necesitados como los aborígenes, buscan salvarse de la manera más fácil. La flaca está amenazada por todos lados, está sola y no va a bajar los brazos, es admirable. Presenta denuncias de todo tipo, lo más increíble fue lo que nos contó de Polenón, otro paraje de la zona. Parece que hubo una denuncia presentada por los aborígenes acusando a la escuela de haberse quedado con una donación (cosa que es común) y resulta que el intendente les terminó tapando la boca a cada familia con algún bolsón de comida y capaz unos mangos. Los aborígenes tienen dignidad, pero también tienen hambre, y tienen hijos que se les mueren de hambre. Y cómo será que tienen dignidad que para ellos fue tan humillante que cuando llegamos a Polenón solo nos recibió una anciana que estaba sentada en el piso junto a un fueguito, todos los demás prefirieron irse a la cosecha del algodón, para volver en junio cuando ya el tema se haya olvidado por lo menos un poco. Y lo que me entró por los ojos… bueno, es lo que vengo viendo hace 10 años, es lo que les muestro en las fotos, quizás es lo mismo que ves acá si te metés en una villa, no sé. Todo es injusticia, pero hay que conocerlo, hay que saber lo que pasa, que duele, pero existe. Obviamente tengo un millón de cosas para contar, de este viaje y de los otros, como por ejemplo que había llovido, una lloviznita pedorra que hizo un guadal de barro arcilloso que casi nos deja en el monte, salimos gracias a las habilidades de manejo del Negro y a los quinientos puchos que se fumó. Por suerte antes de despedirnos, pude ver unos cuantos niñitos que quedaban sentaditos en el piso investigando sus juguetes “nuevos” y la verdad es que me di cuenta que además de las cosas que entran por los ojos y los oídos, están las que entran directamente por el corazón (qué cursi!), y son las que dan fuerza para seguir y para estar agradecido de las cosas que tenemos. La hospitalidad con que nos reciben cada vez que vamos es una, las pilas de mis compañeros de viaje y los demás chicos del Sipohi es otra, y el apoyo de mi familia y amigos que aunque no se den cuenta vale un montón. Coty.-

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